Como señala el autor Michael Foley en este artículo de New Liturgical Movement (2021), el tema del dolor y la desolación, de las calamidades en la ciudad de Roma en el siglo VI influyeron en la formulación de oraciones para este periodo. El Introito reza, del Salmo 17, “los terrores de la muerte me rodean y en mis tribulaciones he invocado al Señor… y Él me escuchó”.
En algunos lugares alrededor del mundo se revive una vieja costumbre de monasterios y parroquias de ‘enterrar’ simbólicamente el Aleluya, para enfatizar el sentido de peregrinación y sacrificio que se avecina, los cuarenta días de Cuaresma que evocan los cuarenta días de ayuno de Jesús y los cuarenta años del pueblo hebreo en el desierto. La depositio consiste en depositar, o poner aparte el Aleluya. Comunidades medievales hacían una procesión con una pancarta en forma de ataúd que llevaba simbólicamente el Aleluya al cementerio de la iglesia.
En tierra extranjera, los hebreos no entonaban sus cantos de gozo. “En los ríos de Babilonia, nos sentamos y lloramos cuando recordábamos a Sion”, se lee del Salmo 136(137). Ese exilio de Babilonia tuvo también una duración aproximada de setenta años, entre 605 y 538 a.C. Tradicionalmente, los católicos tampoco entonan su canto de alabanza en esta temporada de Septuagésima. El obispo Guillaume Durand, Durandus, en el siglo XIII, escribía “nos separamos del Aleluya como de un amigo amado, a quien abrazamos y besamos muchas veces antes de irnos”.
Un himno tradicional en latín se conoce como el canto que sella este momento: el Alleluia, dulce carmen. Carmen significa canto o poema y el título se traduce como Aleluya, canto de alegría. En cuatro estrofas, el texto describe el significado, el exilio y el pecado y la plegaria a la Trinidad para poder entonarlo de nuevo.
Así rezan algunos versos: “Oh Aleluya… voz de gozo que no puede morir… himno siempre querido por los coros celestiales… en la casa del Señor lo cantan eternamente… Resuene Aleluya en la verdadera y libre Jerusalén… tus hijos canten contigo pero en las tristes aguas de Babilonia, somos exiliados en duelo… No merecemos cantar Aleluya… nuestros pecados no nos lo permiten… el tiempo vendrá para deplorar nuestros pecados… Concédenos, santa Trinidad, que al final podamos estar contigo… Pascua con nosotros más allá del cielo y cantar para siempre Aleluya con alegría”.
Los próximos domingos 4 y 11 de febrero serán de Sexagésima y Quincuagésima respectivamente, y en el transcurso de los días habrá panqueques y carnaval que, aunque no parezca, tiene un origen religioso. Estas semanas iniciadas con Septuagésima son designadas como un periodo de adopción gradual del estado de ánimo y disposición, del tono para la Cuaresma. Es una preparación para la reflexión y las otras prácticas propias del periodo, como la abstinencia, el ayuno, la penitencia o las limosnas.
En otro caso cuestionable de cambios derivados del Concilio Vaticano II en la Liturgia, diócesis alrededor del mundo enterraron -como con el Aleluya– la observancia de la Septuagésima; pero los católicos bien informados pueden unirse a los clérigos idem que la mantienen o reincorporan en la vida de sus comunidades y parroquias. Y así, no solamente continúan escribiendo la historia de la Iglesia con una tradición documentada en el Rito Romano desde el año 541, sino que enriquecen la vida propia y la de muchos creyentes que reconocen en dicha tradición la oportunidad de prepararse de buena manera para que el Miércoles de Ceniza no llegue abruptamente al calendario, y a la vida.