Fernando Botero: retrato de un funeral colombiano

Fernando Botero: retrato de un funeral colombiano
Funeral del maestro Fernando Botero, Medellín ©El Exquisito
Lina María Aguirre Jaramillo / October 28, 2023
  • El 28 de septiembre de 2023, tras una semana de honores en el Congreso de la República, una Misa en la Catedral Primada de Colombia en Bogotá y tres días de homenaje y Cámara Ardiente en el Museo de Antioquia en Medellín, se ofició en la Catedral Basílica Metropolitana de esta ciudad la Solemne Misa Funeral del pintor y escultor Fernando Botero Angulo, fallecido en el Principado de Mónaco el día 15 de septiembre. Fue una combinación de rito religioso católico y ritual público, entre oficial, cívico, popular, espontáneo y lo que parece ser un anhelo por la belleza, por lo sagrado, por el franco ingenio antioqueño entre una muy variopinta población que demostró luto, agradecimiento, y algunas vanidades locales. En fin, nada que no hubiera visto el artista en sus 91 años de vida.

    Altar de la Catedral Basílica Metropolitana de Medellín ©El Exquisito

    Aquel día, los preparativos empezaron temprano en la Catedral, apurando la Misa de las diez de la mañana. Un grupo de seminaristas y jóvenes sacerdotes rezaba de rodillas. Había arreglos de flores blancas en la entrada y en el altar, en donde luego se colocaron los cirios del funeral.

    Un ir y venir de personal de seguridad y de logística ocupó la parte de las bancas delanteras que serían reservadas para familiares e invitados especiales. De la fachada de la Catedral pendían dos grandes pancartas verticales con una fotografía en blanco y negro del artista bajo el título ¡Gracias!, el tema que el Museo de Antioquia hizo común para despedir a su mecenas principal. El atrio estaba despejado para el ingreso del cortejo fúnebre que partiría desde el mismo Museo.

    El área circundante, en el Parque de Bolívar, había sido acordonada para los honores que se rendirían al comienzo y final de la ceremonia. Mientras tanto, un sonido encantador en el ambiente: el suave tintineo de xilófonos. Miembros de la banda de la XIV Brigada, municipio de Puerto Berrío, practicaban escalas.

    ©El Exquisito

    Una joven teniente, cuyas armas corresponden a las Comunicaciones, expresaba su admiración por quien “había hecho tanto por Colombia”. Ella, originaria del departamento del Huila, se sentía orgullosa de estar allí. Oficiales de las distintas Fuerzas Armadas, muchos de ellos muy jóvenes, participaron en la ceremonia.

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    Homilía sin pena ni gloria

    En el interior de la iglesia se sintió que el cortejo había llegado por los aplausos afuera y la marcha de la banda. El féretro fue llevado por la nave central hasta el frente del altar. Y de pronto allí estaba, Fernando Botero Angulo, en un ataúd cubierto con una bandera de Colombia. Silencio en la iglesia. Bueno, casi, porque los cuchicheos no faltaban. Por ejemplo, un señor que presumía, entre otras cosas, “de saberse todas las historias del Museo [de Antioquia]”, y deslizó uno que otro rumor. Y una señora que le seguía como en costurero mientras atendía una llamada en su teléfono celular explicándole a otra su exacta ubicación en la iglesia, para que la susodicha, cómo no, la atravesara toda y se ubicara, tardíamente, al lado.

    El obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Medellín, Mauricio Vélez García, presidió la Misa acompañado de otros sacerdotes. Seguramente con buena intención la mayoría de ellos, aunque alguno que otro parecía no estar muy entregado al misterio del oficio (por ejemplo aquel que transportó un copón para la Comunión como si fuera un paquete ordinario). La versión Novus Ordu del oficio resultó en cierta medida con más toques ‘cosecha propia’ de lo necesario, en parte por los textos supuestamente motivadores o explicativos añadidos antes y durante la ceremonia.

    Misa Funeral Fernando Botero, Catedral Metropolitana Medellín ©El Exquisito

    Las oraciones de los sacerdotes al pie del féretro se tuvieron que hacer dos veces, porque los empleados de la funeraria no tuvieron cuidado en depositar el ataúd en la posición correcta a la llegada, con lo cual en un momento durante la Misa, los escoltas de las fuerzas militares fueron relevados temporalmente para que los empleados de la funeraria giraran el ataúd en la dirección indicada. Esto no fue culpa del Obispo.

    Lo que sí era responsabilidad de él  era la homilía y aquí el señor Obispo no hizo una prédica para destacar favorablemente. Salvo por su mención de elogio a la “disciplina y el esfuerzo” del maestro Botero, el alto prelado no elaboró nada particularmente profundo ni siquiera cuando hizo alusión al arte y la Iglesia, que le hubiese dado pie a alguna lúcida interpretación. Por el contrario, dejó algunas frases confusas sobre el apóstol Pablo que había sido siempre “fuera de lo común”, y remató con una pregunta que supuestamente hizo Botero sobre si “después de morir no se puede seguir pintando”, respondiendo el prelado con una afirmación superficial que incluyó varios adjetivos sin una clara conexión semántica: “inolvidable, perfectible”. Quizá, como sucede lamentablemente en muchas otras parroquias de la villa, sobraron palabras y faltó más Magisterio.

    Ante el altar se encontraba un artista reconocido, un ciudadano notable, pero principalmente un hombre que había muerto y a quien se le hacía un funeral católico, al cual fieles – y se entiende, sacerdotes- acuden para rezar por el alma del difunto, y por la misericordia divina. Temas sobre el pecado, expiación, vida eterna, el Reino de los Cielos, teológicamente hablando, parecieron escapar al discurso del Obispo, quien tampoco optó por una concienzuda exégesis del Evangelio, aunque en distintos momentos de la ceremonia habló de paz. Pero paz sin justicia legal es un tema que requeriría otro día y lugar.

    El buen órgano de la Catedral sonó bien, estaba en buenas manos, a pesar del repertorio regular y de no haber habido un coro completo para la solemnidad del oficio, aunque el Canto de Anima Christi de Frisina y el Stabat Mater gregoriano de salida subieron notablemente el nivel.

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    Durante el saludo de paz y en una parte de la Comunión, varias personas entre los asistentes aprovecharon para pasar por delante de las cámaras de televisión que hacían la transmisión en directo. Y no faltó la señora que, alistada para tal fin, se acercó tanto como pudo para hacerse ver de la familia y otros alrededor. Digamos que quería dar un pésame muy público. Nada que sorprenda a los cronistas de la vida parroquial y social. Este tipo de señora, aunque en versión evidentemente más rotunda en las curvas, aparece en la imaginación pictórica que Fernando Botero  incluyó en algunos de sus retratos de escenas colombianas.

    Antes de terminar la ceremonia, el gobernador de Antioquia, señor Aníbal Gaviria Correa, hizo una intervención que tuvo dos momentos. Uno más personal y otro más político. En el segundo, anunció varias obras públicas que llevarán el nombre del artista y en el primero, reiteró la faceta de él como “enamorado de la vida”, como aquel del “ragazzi, faciamo la festa” -muchachos, hagamos la fiesta-; y habló también de su faceta de “rebeldía” pero advirtiendo que era una rebeldía “para construir”, es decir, como una especie de ‘rebeldía buena’ en oposición a la ‘rebeldía mala’. Quizá el Gobernador quería enviar un mensaje a algunos ausentes, pero esta parte le salió un poco colegial. Cayó además en dos tentaciones retóricas que restan calidad a un discurso: repetir varias veces lo que ya otros han dicho, publicado y ya muy sabido en medios y en la red, anteponiendo además frases como “quiero retomar los conceptos y las ideas”; y la otra, hablar de cómo se imaginaba al muerto en ‘la otra vida’.

    El señor Gobernador tiene todo el derecho en imaginar lo que quiera, pero ¿contarlo desde el púlpito, compartir sus visiones de un Botero encontrándose con “pintores de todos los tiempos y épocas”, quizá pintando otra Sixtina, e incluso invitando a los asistentes a imaginárselo también representado en las “formas abultadas de nubes” del cielo antioqueño de septiembre? En fin, plática de más pero, valga decirlo, se le abona que dijo una frase muy buena cuando dijo “quiero reteñir” y citó a un artista que había hecho un retrato hablado de Botero en el homenaje cívico en Medellín. Y reteñir era el mejor verbo para usar en esa ocasión.

    Lina Botero Zea: una hija en duelo

    La intervención más lúcida y conmovedora la hizo Lina Botero Zea, hija del artista, hablando en nombre también de sus hermanos Fernando y Juan Carlos Botero Zea. Con el mismo timbre de voz que muchas personas la recuerdan en Colombia cuando presentaba programas en televisión, que sonaba suave, dubitativa a veces, ella se presentó de pie, de luto, con una falda larga que tenía un estampado soberbio, el cabello largo, y bajo el amparo del cuadro de la Virgen de La Candelaria, Patrona de Medellín, la señora Botero empezó exclamando un “cómo agradecer” todas las muestras de cariño, los homenajes tanto institucionales como individuales, los pomposos como los más sencillos. Mencionó “rosarios, carticas, dibujos” dejados por quienes pasaron por el Museo de Antioquia presentando los respetos al artista. Habló de la suite musical que se interpretó en su honor. Habló de momentos de llanto y de risa compartidos con sus hermanos y gente diversa desde que, “trajimos a mi papá”.

    Y aunque la voz se le entrecortaba, esa fue una frase elocuente que sonó muy de la tierra propia. Ella era, también, una hija que lloraba a su papá.

    Con mesura precisa en su discurso, honró la memoria de su padre como artista que “nadó contracorriente” que se hizo figurativo cuando en el mundo reinaba el expresionismo abstracto. Vívidamente presentó a los asistentes la imagen de Botero con el monumental trabajo que llevaban sus creaciones en bronce, de las cuadrillas de artesanos, de su vida en Pietrasanta, recordando a todos que Fernando Botero fue pintor y escultor, tal y como se lee ya en la lápida de su tumba, en la misma localidad italiana que él y su esposa Sophia Vari, fallecida en mayo de 2023, convirtieron en hogar y taller durante más de cuatro decenios.

    El apellido Botero llegó a Colombia desde Italia, según consta en libros de genealogías y fue allí, en la hermosa Toscana, en donde se hizo el sepelio final de Fernando Botero, el 7 de octubre, precedido por honores de tres días y un cortejo que partió de la pequeña iglesia de La Virgen de la Misericordia, en donde también se encuentran dos frescos del pintor, hasta la Catedral dedicada a San Martín, el Duomo de San Martino.

    La señora Botero Zea reiteró el apego de su padre a su país, a su tierra natal. Habló de su sueño de una Medellín “transformada” por el arte y causó emoción cuando dijo que él le había dado mucho a esta tierra pero “esta tierra le dio todo… sus raíces” y con ello, personalidad, congruencia, su dote artística (y, uno añadiría, el acento), su valentía para decidir hacerse pintor a los quince años a pesar de que “su mamá le dijo que se moriría de hambre”.

    Sin afectación, la hija pintó a “este antioqueño” que dejó un contundente ejemplo de talento e integridad. Y también un antioqueño rebuscador capaz de irse a Nueva York con 200 dólares en el bolsillo cuando aquella ciudad era la capital del arte mundial.

    Durante una entrevista en 2012, quien firma este artículo le comentó a Fernando Botero la historia, sabida de primera mano, de un señor contemporáneo de él, y vecino del mismo barrio Boston, hacia el centro-oriente de Medellín, que decía que cuando “estaban muchachos”, el joven Fernando le había quedado debiendo cinco pesos de una cometa.

    Esto, en mucha camaradería. El pintor preguntó por el nombre, que no recordaba pero le firmó una litografía de la pintura Familia colombiana, que cuelga actualmente en la casa del señor, que es por cierto un antioqueño trabajador y contento, padre orgulloso y miembro de una generación a la que se le debe mucho más de lo que ahora algunos le quieren reconocer.

    ©El Exquisito

    Al terminar la Misa, el féretro fue llevado afuera por la nave central, seguido por la familia y demás asistentes que se agolparon ante las puertas de la Catedral. Se empezó a escuchar la marcha de la banda que tocaba afuera, mientras al fondo se veía ese símbolo de la Medellín industrial que fue en el siglo XX, la torre en forma de aguja del Edificio Coltejer, la famosa textilera de la cual fue rentable, tiempo atrás, tener una agencia. De hecho, Botero consideró abrir ese negocio en su juventud.

    Los honores finales se rindieron un rato más. Entre el público, un señor llevaba alzado un dibujo de Botero como un estandarte de procesión. Otro iba vestido con los colores de la bandera colombiana. Unos oficiales de la Armada Nacional se distinguían entre la multitud. Lentamente, el cortejo llevó el féretro hasta el vehículo de la funeraria. El público se fue dispersando, y algunos que no alcanzaban a ver preguntaban como con tristeza la frase de los entierros: “¿ya se lo llevaron?”.

    ©El Exquisito

    La familia y autoridades cercanas se dirigieron a los vehículos oficiales ubicados en una vía lateral de la iglesia. El Gobernador pasó rápidamente por las escalas del costado occidental buscando el suyo. De pronto, se veía como un hombre tan de a pie, él que tanto se esmeró por organizar los homenajes debidos a Botero y que representaba en ese momento autoridad, departamental y municipal.

    ©El Exquisito

    Había una cierta sensación de que el cortejo se llevaba ‘algo más’. Fernando Botero ha dejado un legado a su familia, pero también a Colombia. En Medellín, por ejemplo, al Museo de Antioquia, principal institución beneficiaria, cabe preguntar cuál es el compromiso ya no solamente con la exposición y la memoria de Botero, sino con lo que podría llamarse con el arte tradicional. Su principal mecenas aprendió a conocer y hacer arte inspirándose en grandes maestros, muchos de ellos exponentes de la explosión creativa del mundo europeo siglos atrás.

    La respuesta pública, especialmente aquella demostrada espontáneamente, en medio de la expresión sincera de la gente en diversos momentos de esos días de homenaje hasta terminar el funeral, puede indicar una necesidad de la sociedad antioqueña, y con ella sus instituciones, de tener -o recobrar- personas y obras que se merezcan una admiración real y duradera, y de un sentido de lo que es valioso en su historia, en sus ritos religiosos y  en las funciones que exigen solemnidad.

    En una sociedad en la cual algunas fuerzas poderosas pugnan por una ideologización a la fuerza, en donde incluso entre algunos llamados a preservar lo sagrado se encuentra que ni lo entienden ni defienden, y en una sociedad de tanto materialismo barato, de tanto dinero sin educación, de tanta exhibición sin sofisticación, en una sociedad de tantos sacrilegios; la muerte de un artista la hizo parar un momento, volver a su centro, a su Museo y a su Catedral. Un artista de gafas y estilo muy propios, de porte y atractivo carácter, un hombre antioqueño que se lanzó al mundo y triunfó de forma sin precedentes en el país. Pero además lo hizo con un capital único: hizo de la imaginación su materia prima, de una de las bellas artes su oficio, de su talento una elevada vocación. Se atrevió a mirar de frente el Renacimiento europeo como fuente de inspiración en la vida y, tras su muerte, ha legado un testimonio de lo que es posible con tenacidad y entereza, valores no ajenos a antioqueños de generaciones precedentes.

    Pero mirar al pasado, con mayor inteligencia, humildad y fe, puede ser el nuevo futuro para Medellín. Y esto, no solamente para quienes reciben talentos extraordinarios con el lienzo, el bronce y el pincel.

    Fernando Botero Angulo (1932-2023), Requiescat in Pace.