Había una cierta sensación de que el cortejo se llevaba ‘algo más’. Fernando Botero ha dejado un legado a su familia, pero también a Colombia. En Medellín, por ejemplo, al Museo de Antioquia, principal institución beneficiaria, cabe preguntar cuál es el compromiso ya no solamente con la exposición y la memoria de Botero, sino con lo que podría llamarse con el arte tradicional. Su principal mecenas aprendió a conocer y hacer arte inspirándose en grandes maestros, muchos de ellos exponentes de la explosión creativa del mundo europeo siglos atrás.
La respuesta pública, especialmente aquella demostrada espontáneamente, en medio de la expresión sincera de la gente en diversos momentos de esos días de homenaje hasta terminar el funeral, puede indicar una necesidad de la sociedad antioqueña, y con ella sus instituciones, de tener -o recobrar- personas y obras que se merezcan una admiración real y duradera, y de un sentido de lo que es valioso en su historia, en sus ritos religiosos y en las funciones que exigen solemnidad.
En una sociedad en la cual algunas fuerzas poderosas pugnan por una ideologización a la fuerza, en donde incluso entre algunos llamados a preservar lo sagrado se encuentra que ni lo entienden ni defienden, y en una sociedad de tanto materialismo barato, de tanto dinero sin educación, de tanta exhibición sin sofisticación, en una sociedad de tantos sacrilegios; la muerte de un artista la hizo parar un momento, volver a su centro, a su Museo y a su Catedral. Un artista de gafas y estilo muy propios, de porte y atractivo carácter, un hombre antioqueño que se lanzó al mundo y triunfó de forma sin precedentes en el país. Pero además lo hizo con un capital único: hizo de la imaginación su materia prima, de una de las bellas artes su oficio, de su talento una elevada vocación. Se atrevió a mirar de frente el Renacimiento europeo como fuente de inspiración en la vida y, tras su muerte, ha legado un testimonio de lo que es posible con tenacidad y entereza, valores no ajenos a antioqueños de generaciones precedentes.
Pero mirar al pasado, con mayor inteligencia, humildad y fe, puede ser el nuevo futuro para Medellín. Y esto, no solamente para quienes reciben talentos extraordinarios con el lienzo, el bronce y el pincel.
Fernando Botero Angulo (1932-2023), Requiescat in Pace.