De la juventud del papa León I se sabe poco, en el Liber Pontificalis (texto publicado años después, quizá en el siglo VI) se lee que nació en la Toscana, y el pueblo de Volterra, al sureste de Pisa, se considera su lugar de nacimiento, alrededor del año 440. Fue ordenado diácono en Roma y se le asignaron pronto funciones administrativas notables bajo los mandatos de Celestino (422-32) y Sixto III (432-40). Estando en Galia recibió la noticia de su elección y fue entronizado Papa el 29 de septiembre de 440. Consideró ese día como su ‘natividad’ y durante muchos años marcó la fecha con un sínodo local ante el cual dirigía una de sus reconocidas homilías sobre la obra continua de Pedro en la Iglesia.
Como explica el profesor David Dawson Vasquez en su ensayo Pope Leo I The Great (Peoples and Places of the Roman Past, 2021), León fue el arquitecto de la progresiva preeminencia de Roma. Si bien otras iglesias del mapa cristiano tenían elevada importancia en su momento, como Corinto o Cartago, Roma empezó, incluso desde el siglo I, a ser vista como primera entre iguales, como “una iglesia hermana, mayor y más sabia”. En parte, esto se debía a que allí habían sido martirizados y enterrados Pedro y Pablo.