La autora se sitúa caminando por un rastrojo. En medio de la quietud alrededor, escucha una corriente en la cual un hielo blanco perlado hace un tintineo como el de una astilla en el “brillante escudo de Invierno”. El sonido es interrumpido por el de una perdiz, cuyo vuelo se escucha entre el pasto y la maleza, opacando el de un solitario gorrión. A continuación escucha el viento como una flecha sibilante entre los pinos, “como el suave respiro de quien duerme”, y el crujir de las ramas congeladas que se quiebran a su paso, mientras ella siente que está entrometiéndose en la calma taciturna de la Naturaleza, con mayúscula.