Roma, siempre

Roma, siempre
Vista Castel Sant’Angelo © ElExquisito
Lina María Aguirre Jaramillo / June 13, 2022
  • La fecha es 26 de diciembre, y la mañana sobrevolando los Alpes nevados es esplendorosa. El destino es Roma, no por primera vez, y esperemos, no por última, aunque ese viaje resultó ser el último de cultura, descubrimiento, buena vida y vacaciones antes del confinamiento prolongado y el cierre de fronteras internacionales en la pandemia del coronavirus en 2020. Tener que hacer transbordos para llegar antes del alba a un aeropuerto es laborioso -más tras las celebraciones del Día de Navidad- pero arribar al destino a la hora temprana, con todo el día por delante, compensa con creces el esfuerzo de la madrugada.

    Aeroporto Internazionale Leonardo da Vinci di Fiumicino, nombre italianísimo es el puerto de entrada en este día en que el país, como otros que han conservado la tradición cristiana, observa la fiesta de San Esteban, protomártir. Así que parte de la ciudad está chiusa per ferie, en algunos barrios hay una quietud inusual, tiendas que alargan el cierre festivo, estaciones de metro poco concurridas, los horarios de ciertas rutas de buses son erráticos (como los de recolección de basura), de pronto algún bar abusa con los precios, pero en muchos restaurantes, panaderías y cafés las vitrinas anuncian inequívocamente Santo Stefano con los productos típicos para la ocasión.

    Tener que hacer transbordos para llegar antes del alba a un aeropuerto es laborioso pero arribar al destino a la hora más temprana compensa con creces el esfuerzo de la madrugada.

    Vista de los Alpes rumbo a Roma. ©ElExquisito

    Pasteles dulces, caldos salados y versiones de lo que, caseramente, es giornata degli avanzi para las familias que siguen la costumbre de comer lo que ha quedado del día anterior, a lo que se añaden unas variaciones interesantes y el final goloso obligado en todo el país. En la región de Emilia Romagna es el sencillo pero gustoso Panone di Molinella; en la región de Abruzzo el curioso y rojizo parrozzo que conquistó al poeta D’Annunzio; en la región Lombarda es la aromatizada crema de la Bisciola della Valetellina, en Sicilia es el muy local y pleno de sabor Cucchia delle Madonie; en Piedemonte es el elegante y chocolatero Tronchetto di Natale… En fin, no se pueden pasar ni dos párrafos en Italia sin mencionar comida. O bebida: incluso una modesta cafetería de estación de tren ofrece temprano a los recién llegados un capuccino de verdad, capa espesa de leche sobre un café que es espresso hasta el final. Y un baci, por supuesto.

    Hora de capuccino. © ElExquisito

    Es día festivo pero para una señora que se asoma por una de las calles semi-adormiladas de un tranquilo barrio central capitalino nunca es demasiado temprano para su visible maquillaje, su peinado en voluminosos bucles, tacones que elevan aún más su porte, y el abrigo de plumas que no le impide cargar su valija de mano. No camina, desfila; observa pero no se inmuta, la escena parece de película. Si apareciera de pronto Marcello Mastroianni corriendo detrás de ella, parecería lo más normal. Por su parte, la sonriente señora que regenta un pequeño hotel en el cual, desde el nombre hasta el último detalle decorativo rinde homenaje a la memoria de su querida abuela, se ocupa del negocio y de procurar toda la información práctica necesaria en un mapa desbordante en atractivos.

    La historia desde la antigüedad hasta el presente en un papel laminado desplegable. ¿Cómo escoger? El invierno acorta las horas de luz. Una inspiración: varios monumentos históricos importantes tienen hoy abiertas sus puertas. Un recorrido a pie lleva por iglesias, cafés, locales de souvenires, por calles anchas y estrechas hasta que aparece allí, imponente, el Castillo del Ángel. Mausoleo imperial, residencia papal, prisión, museo. El Castel Sant’Angelo conjuga historia y religión, bajo la insigne imagen de San Miguel.

    Vista frontal del Castillo. ©ElExquisito

    El exterior del edificio consiste en un cuadrado a manera de fuerte, con salientes en cada esquina y en el centro, el amplio cilindro de siete niveles que alberga distintos salones, patio, terrazas, capillas, celdas y el lugar en donde se hallaba el monumento fúnebre que mandó a construir el emperador Adriano para él y su familia entre los años 128 y 139 d.C. Allí se llevaron las cenizas de él un año después de su muerte en el 138, y las de casi todos los siguientes emperadores hasta -según los archivos disponibles- Caracalla en 217 d.C. Desde aquellos tiempos hasta los actuales, el antiguo mausoleo pasó a ser usado por primera vez como cárcel en 928 (cuando fue detenido y ejecutado el papa Juan X) a ser adecuado también como residencia y refugio papal (se construyó el corredor de conexión con la Basílica de San Pedro, el Passeto di Borgo a finales del siglo XIII), blanco de numerosos asaltos en el primer milenio y los primeros siglos del segundo. El papa Urbano V recibió las llaves del edificio como cesión de parte del gobierno de la ciudad en garantía del retorno de la sede pontificia a Roma.

    Con la reconstrucción promovida por el papa Bonifacio IX a finales del siglo XIV, el castillo adquirió un carácter mayor de fortaleza y en los siglos posteriores se hicieron otras adiciones arquitectónicas y artísticas, aunque sin apartar las necesidades de uso militar de la Mole, como también se le llama.

    El Castel Sant’Angelo conjuga historia, arte y devoción, bajo la insigne imagen de San Miguel.

    Rafael (Raffaello da Montelupo) añadió espacio y esplendor a la residencia papal entre 1542 y 1543. Entre finales del XVI y durante el XVII, además de guarnición y armería, en el castillo se encontraban tres capillas, un hospital, silos para grano, molinos y una celda subterránea para el hielo que se usaba, en la estación de verano, para preservar alimentos. La ocupación napoleónica en el siglo XVIII tiñó violentamente de tricolores franceses las insignias papales y otros distintivos del castillo, que finalmente fue recobrado, sometido a estudios y restauración, en medio de los cambios políticos de Italia y Europa entre los siglos XIX y XX, sirviendo sus muros también de refugio para la población durante la II Guerra Mundial.

    La visita al castillo sigue tres grandes orientaciones: la imperial, la militar, la papal. El ascenso por las escalinatas, las salas que ofrecen tanta riqueza visual, los vericuetos propios de una edificación como ésta, y el contenido museístico se complementan perfectamente con el entorno: la localización en el banco izquierdo del legendario río Tiber permite a su vez una vista espléndida del banco derecho, del Vaticano y San Pedro.

    Vista desde el Castillo. Basílica de San Pedro. ©ElExquisito

    Aquel día, la luz del atardecer de invierno formó un paisaje inolvidable de colores que fueron cediendo ante una iluminada noche romana. Y en ese tránsito, una historia da significado al nombre del castillo y completa el recorrido.

    Escultura del Arcángel San Miguel en la cima del Castillo. ©ElExquisito

    En el año 590, tras una procesión de plegaria por el fin de la epidemia de plaga que asolaba la ciudad y que se extendió por otros lugares, el papa Gregorio Magno tuvo una visión del arcángel San Miguel blandiendo la espada sobre el castillo. La plaga retrocedió en la ciudad hasta desaparecer, hecho que se asocia también a la caída súbita de un ídolo pagano que se estaba venerando, por aquellos aciagos días, en una iglesia cristiana.

    En 1544, la escultura del ángel en mármol hecha por Rafael (Raffaello da Montelupo) fue puesta en la cima del castillo. Hoy preside el patio interior, mientras que la de bronce, hecha por el holandés Peter Anton Verschaffelt, preside el castillo desde 1752.

    Al escribir en 2022, aquellas vistas desde el avión son todavía más memorables y también lo son en retrospectiva, aquellas vistas a los pies del Arcángel cuya visión marcó el final de aquella plaga siglos atrás. El Castel Sant’Angelo es también un destino con espíritu de peregrinación. Al salir de sus murallas, el puente Sisto por delante, Roma abre de nuevo sus muchos caminos que interconectan el mundo del pasado y del presente.

    Y también del futuro: la consabida moneda en la Fontana di Trevi se lanza con el deseo de regresar al mismo lugar algún día. Algunas puertas de viejos templos mantienen en veladoras el rezo por la vida tras la muerte. No lejos del Panteón de las glorias pretéritas, cocineros jóvenes y joviales prometen la inmediatez la mejor pizza al taglio en toda la metrópoli, y un establecimiento escogido al azar exhibe con orgullo un mostrador a rebosar de cibo para todos los gustos y dietas.

    Una copa de vino cierra un día largo generoso tanto en recuerdos como en frescas impresiones. Ciudades antiguas y bonitas hay unas cuantas en el mundo. Eternas, solamente Roma.

    Roma y el Tiber. ©ElExquisito