El centro de la capital austriaca alberga edificios históricos, un famoso palacio – museo, la Catedral de San Esteban y otras iglesias, una impresionante colección de tiendas de antigüedades, montones de comercios y otros lugares de leyenda que desde hace varios siglos atraen visitantes propios y extranjeros. La mejor manera de recorrer su casco histórico, con sus curvas e intrincadas calles es caminarla. O, a la manera vienesa, hacerlo en un coche antiguo.
Los coches a caballo se conocen actualmente como fiakers, y están numerados. El nombre es de origen francés que hace referencia a la sede de establos en París en el siglo XVIII, ubicada en la Rue de Saint Fiacre. Antaño, en Austria se les llamaba ‘Janschky’, y la primera licencia de la que se tiene registro data de 1693, bajo el reinado de Leopoldo I. Entre 1860 y 1900, se calcula que había más de 1000 ‘faikers’ en las calles de Viena, y en ocasiones los cocheros eran también cantantes. Además de su destreza con los caballos, tenían que tener además una capacidad de discreción con las conversaciones y circunstancias de los pasajeros.
Los visitantes pueden escoger distintos tipos de recorridos en la ciudad, alrededor de los distintos sectores principales, Stephansplatz, Albertinaplatz, Michaelerplatz y demás. Las empresas que los alquilan también ofrecen visitas al Cementerio Central para ver las tumbas de figuras prominentes de la ciudad, como Mozart, Schubert o Beethoven. La mayoría de coches aparcan en las inmediaciones del Palacio Hofburg, y algunos son reproducciones de carruajes de la realeza británica.
¿Y después del recorrido? un café, por supuesto. En el Café Central, al Schwarzenberg, al Demel o al Sacher, para mencionar algunos de los más famosos. Esto, claro, si se dispone del tiempo y las ganas de hacer una fila para ingresar. El café vienés tiene su precio.