Visitamos nuestros archivos este 14 de febrero 2025 para recordar a San Valentín, su historia y patronazgo de tantos enamorados alrededor del mundo. Repasamos la historia del sacerdote que vivió en Roma en el siglo IV y luego viajamos hacia el XX para recitar, con Borges, el frenesí amenazado del sentimiento amoroso que puede, en palabras del poeta, delatar con “nombre de mujer”. Encomendaciones, rosas y versos, buena celebración.
Tenemos dos propuestas para observar la fiesta de San Valentín. La primera, es recordar a los dos mártires que honra la Iglesia Católica: Valentín, un sacerdote que vivió en Roma en el siglo III durante las persecuciones del emperador Claudio ‘El Gótico’, quien, impresionado con la fe del sacerdote, y su negativa a adorar a los dioses paganos, lo envió ante un noble de nombre Asterius, para que éste lo convenciera con “argumentos melifluos”. Pero el encuentro significó por el contrario un milagro de curación de la hija de Asterius y la conversión de éste y su familia al Cristianismo. Claudio entonces condenaría a Valentín a la muerte, y fue decapitado en la Via Flaminia, en donde se construiría una iglesia en su honor.
El otro santo es Valentín, obispo de Terni en el siglo IV. Su erudición lo hizo ser invitado a Roma por el retórico Crato, que tenía un hijo que sufría una severa deformidad y por cuya salud el padre había ofrecido dar la mitad de sus bienes materiales al obispo, quien expuso ante el filósofo que la riqueza era inútil, y lo que importaría era la fe en el verdadero Dios. Se produjo el milagro de la sanación del hijo, y tras ésta, la conversión del filósofo, su familia y tres discípulos griegos, además de Abbondius, hijo de un prefecto de Roma, Placidus; quien enfurecido por la conversión, ordenó el arresto y decapitación del obispo, también en la Via Flaminia.
En los archivos en línea del Vaticano, se reconoce que las similitudes entre ambas historias pueden indicar posiblemente que se trata del mismo Santo, cuyo culto en Terni fue mantenido por la Orden Benedictina desde donde se difundió por Francia e Inglaterra. De otra parte, la obra clásica Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer es asociada con el patronazgo del Santo para los novios, al coincidir la fecha con el inicio del despertar de la naturaleza a mediados de febrero, cuando todavía es invierno pero se avecina la primavera y comienza el cortejo de las aves.
La segunda propuesta es un poema escogido del escritor argentino Jorge Luis Borges, El amenazado (título del poema, no del autor), publicado en la colección El oro de los tigres en 1972. Erudición, “talismanes” de poeta que habla sobre sus conocimientos y dones, y de cómo todo termina rindiéndose ante las fuerzas inmanejables del “cántaro que se quiebra”, del “dolor en todo el cuerpo”, de tener que “ocultarse o huir”. Ni siquiera la anglofilia lo salva de la sensación de amenaza pero ese sentimiento poderoso bien lo vale… Versos borgianos, y con esperanza, la protección doble de San Valentín.
El amenazado – Jorge Luis Borges
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.