El distinguido profesor es autor de cincuenta libros, con una larga carrera dirigiendo estudiantes, investigando, literalmente profesando su fe y su vasto conocimiento, ejerciendo de intelectual público y debatiendo como apologista cristiano sobre ateísmo y anti-religión. Con un acento que tiene un ligero rastro de su Irlanda del Norte natal, el profesor hizo un recorrido histórico sobre las relaciones ciencia y religión en la academia y cómo a partir del siglo XII ese mutuo interés se fue forjando de tal manera que todas las disciplinas, de filosofía a geometría, tenían un vínculo lógico con la naturaleza, una forma unificada de aproximarse al conocimiento. No hay que olvidar que lo que hoy se llama Física era originalmente ‘Filosofía natural’.
“La fragmentación de las disciplinas es un cambio del siglo XIX y un problema hoy en día”. Emerge la figura del científico (una palabra apenas acuñada en 1834 por el historiador y filósofo de Cambridge William Whewell), y los estudios se dividen en áreas que, hacia el siglo XX y XXI cada vez se asemejan a silos completamente aislados uno del otro. El profesor reconoce que, tras la II Guerra Mundial, hubo un fuerte impulso a las ciencias naturales en Inglaterra, como parte de un proyecto de nación, de cohesión social en el cual toda persona pudiera tomar parte, con evidentes aspectos positivos pero que ha resultado también en restarle importancia a lo que, en términos generales, son las humanidades.
Es una pérdida de horizonte que afecta no sólo el ejercicio académico per se sino también el verdadero impacto del estudio y la investigación. El profesor señala que su libro “no es un ejercicio de nostalgia”, de abogar por un regreso al pasado sino más bien de animar las “conversaciones más amplias, los debates que ya se están sucediendo” sobre la necesidad de recuperar y revitalizar el que él llama un “imaginario disciplinario”, es decir un conjunto de representaciones teóricas con aspectos de distintos saberes.